LA
GRANDEZA Y EL ALMA
Toda
empresa, por pequeña que esta sea, es una organización con
ánimo de lucro,
por lo tanto, y con mayor razón, las grandes empresas
transnacionales, el ánimo de lucro es la causa primordial que las
impulsa a romper barreras tratando de asegurar su prevalencia por
encima de todo, y en nuestros días, las grandes empresas tienen una
importancia trascendental y determinante, pues es conocido, según un
muy citado informe, que el entrelazamiento productivo, comercial y
financiero se concentra en un núcleo de 147 transnacionales con una
influencia real sobre la marcha de la economía, que
salvo el Financial Times, creo recordar que consideraba irreal que
tal concentración de poder se utilizara con la intención de marcar
tendencia – ¿no es más irreal pensar que habiendo llegado a tal
concentración de poder económico, se desestimara la capacidad de
reorientar la economía, dejándola fluir al buen tuntún? –,
desarrollándose esta solo sujeta a la orientación de la fuerza del
mercado.
Sea como fuere el
razonamiento concreto al respecto, el hecho es que la alianza entre
el capital industrial y bancario fundidos en el capital financiero,
el funcionamiento de las empresas transnacionales, nos han traído
hasta aquí, siendo innegable la dependencia política de la sociedad
de los grandes bloques económicos, quedando, cada vez más mermado
el espacio para la ciudadanía. La vida transcurre organizada y
mediatizada por la capacidad de la economía porque la función para
organizar la vida social esta articulada al rededor de la producción,
y que esta, beneficia al mercado – los dueños de las grandes
empresas, 80 de los cuales poseen casi el 50 por ciento de la
propiedad global –, y no, a la sociedad, como se disimula el
derroche de trabajo social cuando los economistas, políticos y
periodistas se refieren al beneficiario de ese esfuerzo colectivo,
que está destinado, como lo demuestran los informes de Oxfan a un
exiguo uno por ciento.
Visto con esta
perspectiva todo acuerdo que prime la capacidad de las empresas es
terreno que pierde la sociedad por lo que a continuación trataré
de desarrollar. Las necesidades de las personas no son las bases que
informan la producción más que a condición de dejar beneficio, y
dado que la capacidad de producción está determinada por la
potencia empresarial, y que el ánimo de lucro es el motor de la
producción, todo acuerdo que prime a las empresas – organizaciones
muy estructuradas, cuya actividad en el tiempo se demuestra sólida y
durable –, produciendo para una masa social sin estructura
(consumidores, que forman un mercado), cuya única defensa son leyes
generales, y como ya se sabe, las leyes generales, leyes comunes,
están recorridas por los intereses generales de los
poderosos, de los poseedores de los medios de producción y de la
banca, si además, se priman leyes que defienden a las empresas,
expresamente, la sociedad, la masa sin estructura, o débilmente
estructurada es rehén en manos de las corporaciones industriales y
financieras, como lo atestiguan los sufrimientos de extensas zonas de
Méjico y Perú manipuladas por empresas como Monsanto, o Chevron, en
Ecuador y Méjico, o la expropiación del territorio de los
bosquimanos del Kalahari en Namibia, solo por citar algunos casos, en
los que tratar de hacer valer los derechos de las personas contra los
intereses de las empresas, es entrar en una batalla jurídica en la
que todo obra en favor de la empresa, con sólidos gabinetes
jurídicos, bien pertrechados financieramente y conocedores de todos
los resquicios legales para conseguir los objetivos perseguidos,
muchas veces, facilitados por gobiernos complacientes.
El modo de producción
de mercancías, llegado hasta aquí, no es algo que sea ajeno al
funcionamiento vital de la sociedad, algo marginal, periférico, algo
sin substancia que pueda ser apartado, porque la vida social tiene
una marcha propia y la producción y la economía sea prescindible,
no, no es así, aunque, a primera vista pueda parecer que lo es,
porque es evidente que se produce para el mercado, y el mercado no
es la masa de consumidores, desestructurada y amorfa, no,
el mercado es el uno por ciento nucleado en torno a ese grupo de
ochenta personas, con una potente tendencia a seguir
concentrándose, por lo tanto, toda la producción está nucleada
en torno a los negocios que rinden beneficio económico y control
político, y esta producción es la gran industria articulada para la
producción de máquinas de gran complejidad que, absobedora de los
avances científicos y técnicos producen armas terribles de
destrucción masiva, en sí mismas un enorme chantaje que esta
fuera del control de la sociedad, la cual carece de influencia
sobre esa producción, como carece de influencia sobre la producción
de dinero vacío, que es el otro componente determinante del
poder de los dueños del complejo militar-industrial, la
especulación.
El resultado de esta
producción es una fuente inagotable de sufrimiento humano que
produce injusticia, hambre, enfermedad, incultura,corrupción,
terrorismo, drogadicción, prostitución, redes criminales, porque
todo ello gira alrededor de una estructura social mantenida en la
artificiosidad engañosa de ser producto natural de un proceso
aleatorio, cuando la aleatoriedad es buscada para mantener una
estructura que garantiza el dominio de una élite sobre la masa
humana, ¿por qué la aleatoriedad se investiga y se integra en las
disciplinas científicas, acotandola, para evitar imprevistos,
mientras en el terreno social, se deja fluir sin control, cuando se
saben sus resultados y consecuencias? Porque ese es su cometido,
sorprender, impactar, emocionar, y sobre todo, paralizar, dejando la
iniciativa en manos de una minoría, sea esta gubernativa, técnica,
etc., mientras la sociedad masificada se sobrecoge y deja hacer.
Facilitar leyes
específicas que primen el funcionamiento de las empresas, a su libre
albedrío, y si son de la naturaleza del acuerdo transatlántico, con
muchísima más prevención es entregar a la sociedad atada al
carro de la propiedad privada, ya que esta, son – grandes
empresas – las que toman iniciativas que cuando la sociedad conoce
sus consecuencias, impedir que se realicen es consumir energías que
terminan frustrando a una ciudadanía, siempre a remolque de los
proyectos preparados por las corporaciones y bendecidas por los
gobiernos, previamente conformados por los grupos de presión –
lobystas – de las grandes firmas. Tal vez, sin proponérselo, la
lucha de la sociedad contra la política de recortes que se ha
producido desde el inicio de la crisis, tenga en el acuerdo
transatlántico su expresión más cabal, pues yendo al origen, hoy,
la situación se plantea entre el incremento de poder de los
mercados,
la exigua minoría que concentra casi la mitad de la propiedad global
en ochenta macro empresarios, y una ciudadanía cada vez más mermada
porque la concentración de poder en manos del capitalismo mundial
trae aparejado procesos aleatorios que se traducen en episodios
terroristas cuya consecuencia es un recorte de libertades políticas,
impidiendo la auto organización ciudadana que encuentra dificultades
enormes para hacer valer sus derechos.
LA
ESTRATEGIA DEL CAMBIO DE MODELO
¿Es
el tratado transatlántico que pretende EEUU un acuerdo económico?
Tras la intención de lograr un pacífico acuerdo comercial con la
Unión Europea, aparentemente inofensivo, late toda una estrategia de
dominio, que choca en Europa con una sociedad politizada y
desconfiada, de ahí que la presión que se ejerce para lograr la
aprobación de Bruselas, no se pueda desligar de la provocación, que
tiene en Ucrania su punto de fricción más agresivo y peligroso,
porque el gobierno alemán que concentran la representación de la
burguesía europea, consintiendo las maniobras de la OTAN, incluso la
exhibición de fuerzas estadounidenses en suelo europeo, cree
asegurar la propia supervivencia, cuando, en realidad no hace más
que señalarse como el principal obstáculo a batir, tan pronto como
la sociedad europea se convenza de la imposibilidad de lograr
estándares de vida con un cierto desahogo, esperando una
recuperación económica, que no llegará porque eso ya no es
posible, dado que esa recuperación choca contra el interés de los
mercados por eso, el acuerdo comercial que permitiría a las
empresas desarrollar una actividad económica a la que debería
supeditarse el conjunto de la ciudadanía, es la piedra de toque,
porque lograr niveles de confort dignos para el conjunto de la
sociedad no es posible más que haciendo que el objetivo de la
producción sean las necesidades de las personas reunidas en
sociedad, es decir, producir para la sociedad y no para el confort
del uno por ciento.
La
iniciativa empresarial es toda una concepción que recorta,
constriñe, reduce la capacidad de decisión de la sociedad y esta
concepción de la libre empresa se enfrenta a la misma
sociedad; en realidad choca frontalmente contra el pueblo – en
teoría –, fuente de poder y legitimidad, constantemente limitado,
constantemente frenado, ninguneado, porque las batallas trabadas,
porque la lucha de clases, encorsetada en los límites de la
reivindicación económica lleva implícito los estigmas de la
derrota, por eso, hoy plantear
la lucha sin apelar a una ruptura con el sistema, sin llamar a romper
con la concepción de producir para el mercado, esa exigua minoría –
80 propietarios – dueña del 50 por ciento de la propiedad
global, es transigir con la corrupción, con el terrorismo, con el
crimen organizado, con todo lo que significa ahogar el desarrollo de
las fuerzas productivas, al servicio de un puñado de propietarios y
su orla del uno por ciento humano, por eso hay que acabar con el modo
de producción mercantil y plantear un modelo de producción cuyo
objetivo sea producir para la sociedad, para los seres humanos,
porque el desarrollo logrado hoy, no es ajeno al esfuerzo de las
legiones de esclavos y trabajadores, de los esfuerzos de las
generaciones que nos precedieron y del esfuerzo de las generaciones
presentes que queremos legar un mundo mejor a nuestros descendientes,
por eso hay que romper con el sistema, con los conceptos que han
permitido concentrar el poder en una poderosísima minoría que
parasita sobre el género humano.
LA
GRAN ESPERANZA, EL IDEAL HUMANO
Proponer
la ruptura no es hacer tabla rasa, sino que significa articular un
proyecto que combata los conceptos anclados en el viejo modo de
producir subordinado a tener que ser, inmediatamente rentable,
perentoriamente beneficioso, porque tal modelo ahoga las aspiraciones
humanas de justicia, equidad, hermandad entre los hombre y de estos,
con la naturaleza, y aquí es donde nos fijaremos en las agrupaciones
políticas que se abren ante nosotros.
En
Grecia, una sociedad harta de ser engañada produjo un conjunto de
luchadores que terminaron formando un partido apto para luchar según
un patrón de comportamiento político que rompía el viejo esquema
de la socialdemocracia, ellos mismos reclamándose socialistas, pero
negándose a pactar para someter al pueblo griego a la férula de los
mercados (repetiré incansable, 80 propietarios superricos
rodeados del uno por ciento mundial), Syriza. En España, la
ciudadanía apestada por el hedor de la corrupción ha agrupado un
numeroso sector con la marca de Podemos como bandera guía. Unos y
otros, ambos erupciones epidémicas en la dura costra del capitalismo
mundial, algo leve que aún carece de la fuerza necesaria para
convertirse en el comienzo del cambio, porque unos y otros, ambos,
aún bajo el influjo enfermizo de la visión socialdemócrata de
plantear la batalla en el terreno de la economía, como toda la
izquierda continental europea, que lleva implícita los gérmenes
deletéreos de la derrota, tienen que alcanzar unos y otros, ambos, y
con ellos, la izquierda mundial la grandeza de levantar la bandera de
la liberación de la especie humana, reclamando el final de un modo
de producción y del sistema que lo alimenta y sostiene porque se
enfrenta a las esencias que ha impulsado al ser humano desde el
origen de los tiempos a la búsqueda de la justicia, la equidad, el
conocimiento, la belleza, algo que puede definirse sin sonrojo, el
alma humana, que nos liberó de nuestro origen animal y que no
completaremos sin acabar con un sistema injusto, desigual, egoísta,
que pone el lucro personal como bandera, por encima del ser humano,
esta es la forma en que la izquierda radical tiene que plantear la
lucha.
El
capital financiero mundial (no nos engañemos, allí donde la
sociedad se pone en pie y lucha, sea en Grecia, Ucrania, Gaza,
España, Estados Unidos – Ferguson, Nueva York–, Venezuela,
Méjico, etc., es decir, el mundo, que es su territorio, su cortijo),
mueve a sus peones nacionales, Rajoy, Merkel, Obama, Hollande, para
atajar que una erupción episódica pueda convertirse en una poderosa
irrupción del pueblo en los asuntos del control del
Estado, y en España, los agentes del capital financiero mundial,
han detectado en Podemos un peligro al que atajar, algo a lo que no
hay que dar tregua, por eso, sus dirigentes son combatidos,
señalados, crucificados, porque temen que estos lleguen a las fibras
sensibles de la ciudadanía, de la sociedad, de los trabajadores,
despertándoles, mientras les hacen pensar, reflexionar sobre la
terrible contradicción que supone ser fuente de poder y legitimidad,
siendo perseguidos por los representantes de un puñado de ricachos,
los mercados, que nadie ha elegido, y que el fulgor de
su riqueza se debe a la organización del expolio mundial.
Combatir
a los mercados con el firme propósito de conseguir una victoria
capaz de legar a nuestros descendientes un mundo más justo y mejor
quiere decir acabar con un modo de producción, el modo de producción
mercantil que produce para el confort de ochenta personas y su orla
del uno por ciento mundial, haciendo que la producción sea para el
disfrute y confort de la humanidad. Esta es la batalla que hay que
dar, y es posible que ni Syriza ni Podemos sean conscientes de ello,
porque imbuidos de una visión nacional no entiendan que el sistema,
el capitalismo, como modo de producción útil para el conjunto de la
humanidad, ha pasado porque la aleatoriedad del mercado ha acabado
siendo dirigido por el control de las 147 transnacionales, como lo
manifiesta la existencia de las ochenta personas más ricas que
poseen la mitad de la propiedad global, ellos son el mercado; ellos
son los que marcan tendencia, así que, esto es lo que hay que
explicar al electorado, a la sociedad, a los trabajadores. Lo demás
es marear la perdiz y dejar a los partidos de la burguesía, de los
mercados sigan entreteniendo a la buena gente.
jmrmesas
veintiseis
de marzo de dos mil quince
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