SOBERANIA:
DOS VISIONES
Si
he entendido bien el asunto de la flexibilización cuantitativa el
objetivo de los bancos centrales comprando la deuda pública sería
el de desplazar la rentabilidad de esa deuda –las deudas de los
Estados– de la inversión privada que garantizaban los Estados,
sacándola del mercado, cuando esta comenzaba a estar comprometida
por la transferencia de los fondos publico, porque los Estados,
acudieron a rescatar a los bancos privados para potenciar y
beneficiar la inversión privada, es decir, el objetivo era, es,
abaratar, depreciar la deuda del Estado, de los Estados, para
favorecer la economía privada. No habría bastado solo, como se hizo
al comienzo de la crisis de 2007-2008, con las transferencias del
dinero recaudado a los contribuyentes para dárselos a los bancos
privados, sino que además, los fondos del Estado, de los Estados, de
modo general habían de ser gradualmente depreciados, que es, en
términos generales, atacar la soberanía nacional, la
soberanía de los Estados porque solo de ese modo, los
gobiernos son dóciles a las exigencia de los mercados,
por otro nombre, la coalición de los grandes
bancos.
Eso equivale a desamortizar la la soberanía de los
ciudadanos ya que los recortes demandados por el mercado –la
libre confrontación de oferta y demanda es un recuerdo del pasado–,
les hace vulnerables pues la coalición de los grandes bancos
comerciales interparticipados accionarialmente tiene la sutil
capacidad de orientar la economía global, y una ciudadanía
informada y organizada es el peligro que temen los poderoso del
mundo, y por tanto, necesario de estar embridado y controlado
a través de los gobiernos que se turnan en el juego democrático.
Es
importante entender que mientras la ciudadanía está confiada y
absorbida por los problemas de la vida común y corriente, la
estructura organizada de la gran banca, cuya actividad
cotidiana es la de vigilar que los acuerdos tomados en los encuentros
internacionales y recogidos en las normas del Banco Internacional de
Pagos, con sede el la ciudad Suiza de Basilea, se cumplan en todos
sus términos, siendo ese el contenido de los acuerdos llevados a
cabo en las sucesivas reuniones de los líderes políticos —cumbres
internacionales— y que los gobiernos traducen en leyes que
recortan las libertades políticas, socapa de los diversos
terrorismos, al tiempo que recortan las partidas de los presupuestos
llevados a los parlamentos nacionales.
Este
es, diríase, el panorama general, que los gobiernos ofrecen al
pueblo trabajador, a la sociedad y que es aceptado, en época de
bonanza sin muchos problemas, al considerarse normal, sin entrar en
la posibilidad de que tal normalidad
sea una normalidad inventada.
En
este panorama de normalidad, los gobiernos hacen sus ajustes, y he
aquí que un gobierno, investido de la autoridad de ser elegido
democráticamente, que ha recogido los avisos a navegantes que los
diversos vigías económicos emiten —Basilea,
BM, FMI—, que no
tienen soberanía, pero sí muchísimo poder, por dejación de la
soberanía de los Estados, que le otorgan un crédito inmerecido,
decide imponer subidas a los carburantes. Podría haber sido
cualquier gobierno, pero en este caso, le tocó al presidente de
Francia, Macrón, tomar la decisión que, casi inmediatamente fue
contestada por la soberanía popular
descontenta de tener que pagar una crisis que consideran —esa sería
la interpretación evidente— excesivamente financiada por la
soberanía nacional.
¿Un choque de trenes?, no, un choque de soberanías.
Un
choque de soberanías que el hábil presidente de Francia, señor
Macrón, ha entendido —debo imaginar que tragando mucha bilis—
que la soberanía delegada de la que él es portador, debía
ceder ante el despliegue espontáneo de soberanía popular
materializada
por los chalecos
amarillos que tomaron París.
Esa sería una forma de enfocar un aspecto de la soberanía.
La
soberanía es tema que da para mucho pensar porque se invoca
habitualmente sin especificar las diversas acepciones que se prestan
a deslindar, pero que se evitan porque es imposible diferenciar sin
que los conceptos se politicen.
¿Es
Estados Unidos un país soberano?, y esta reflexión se responde casi
sola con una afirmación, pero enseguida plantea cuestiones. Si EEUU
es un país soberano ¿Por qué su presidente cierra la
administración y no paga a sus funcionarios? ¿Son los funcionarios
responsables de la quiebra financiera del Estado? ¿Si EEUU no tiene
dinero porque no puede emitir más dólares? ¿Depende del presidente
la decisión de crear dinero?
Cuando
comenzó la crisis en 2007-2008, que dicen que ya ha pasado, el
anterior presidente autorizó la emisión de billetes, cuyo valor,
según los entendidos, no valían el papel que les daba soporte, pero
dieron el efecto apetecido al introducir dinero en el sistema, sin
embargo, Obama también se vio forzado ha echar la persiana
porque el endeudamiento del Estado confronta a su gestor, el
presidente, a responder de los gastos que superan las entradas. En
ambos casos —Obama y Trump— el déficit se debe al escandaloso
sumidero que representa la permanencia de un Estado que se asienta
en la necesidad de mantener operativa una estructura bélica
monstruosa, ya que alrededor de esa estructura se ha
articulado el crecimiento industrial y financiero de los EEUU.
El
empobrecimiento es la piedra angular en la que se basa la estructura
del modo de producción de mercancías, y esta estructura, diría, no
sigue un curso natural sino que sus características se refuerzan y
se potencian porque la poderosísima burguesía se sabe, socialmente,
numéricamente, minoritaria, débil, no solo en términos
cuantitativos sino en términos cualitativos, conceptuales
y por tanto, consciente de la quiebra de sus
valores, su defensa es pues, impedir que la mayoría sea
instruida, descreída, reflexiva, culta, porque en la ignorancia, en
la superstición, en el infundio, el poder, a lo largo del proceso
histórico, ha cimentado el hecho de gobernar, de dirigir, de
dominar.
Estados
Unidos es un Estado rico que se asienta en una nación pobre,
empobrecida deliberadamente por una élite de cuatro o cinco
familias riquísimas,
y debe cuidar la ficción de hacer creer a esa mayoría empobrecida,
en la soberanía de todos y no de la reducida élite. El choque entre
republicanos y demócratas no es más que parte de la ficción
necesaria de teatralizar.
La ficción tiene sus peligros porque las concepciones entre
republicanos y demócratas se desarrolla en mitad de una crisis
sistémica, en la que ha entrado el modo de producción mercantil,
que saben sus estudiosos y expertos, ataca la base del trabajo
asalariado, de ahí, los problemas arancelarios, la crítica
situación del dólar como elemento de las transacciones
internacionales, y mientras una fracción de la burguesía americana
sabe que necesita hacer concepciones a sus aliados naturales, la
otra, que tiene a Trump al frente, pretende que sus socios acaten,
sin rechistar, los dictados que llevarán a una confrontación
peligrosa, o tal vez suicida.
Ligar
la elevación del techo de la deuda a la construcción del muro
fronterizo con Méjico es la que encierra la apuesta de la
confrontación. El señor Trump, al cerrar las
diferentes oficinas estatales demuestra la prioridad de sus ideas
sobre el respeto que le merece el pueblo soberano;
la basura acumulada, al privar a sus conciudadanos —el pueblo
soberano—
de la necesaria higiene pública, muestra el cariz que encierran las
concepciones de la fracción republicana, que Trump encabeza, y unos
ciudadanos perplejos son testigos mudos, que la soberanía nacional
se ejerce, como los poderosos han aprendido a ejercerla, a lo largo
de los siglos, acumulando mierda y dinero y mientras en la vieja
Europa, el pueblo francés que abrió las puertas
históricas de la edad moderna,
enfrentándose a la monarquía y acabando con
ella se revela,
el bendito pueblo americano obnubilado por un presidente, de dudosa
fiabilidad, deja hacerle su papel.
Esa
es otro aspecto de la soberanía que confronta diferentes
concepciones de la misma, y puesto a elegir, prefiero la francesa,
que demuestra que la sociedad esta viva
y que la izquierda debe de tomar el testigo o desaparecer, porque los
militantes que participan en las manifestaciones de París, disueltos
y sin identificar su militancia
están perdiendo, una vez más, convertirse en
referencia de la lucha de clases,
que indudablemente no vamos ganando, demostrando de ese modo la
vacuidad de las formas corteses, cuando el único lenguaje que
entiende el enemigo es el de la fuerza.
jmrmesas
cinco de enero de dos mil diecinueve
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